PAUTAS ACTUALES.

Para comprender la pauta de la destrucción debemos por tanto observarla desde una distancia tanto temporal como espacial. Tratándose, además, de una pauta planetaria, nuestra mente deberá esforzarse por abarcar la totalidad del mundo. Toda perspectiva limitada a zonas parciales impide que nos tormemos una imagen completa del patrón general (a este respecto, conviene recordar que Estados Unidos cubre menos del tres por ciento de la superficie terrestre). Asimismo, y puesto que el patrón se extiende en el tiempo, nos urge encontrar el modo de percibir el apabullante contraste entre los vertiginosos cambios actuales y la marcha fría y parsimoniosa del cambio medioambiental a escala histórica.

De hecho, modificar nuestra visión del mundo no es una empresa del todo imposible. Casi siempre nos sorprendemos al detectar la presencia de cambios profundos, quizá porque estamos tan acostumbrados al lento y gradual devenir de los cambios que su ritmo acaba condicionando nuestra vida. Nos cuesta imaginar, y aún más predecir, la posibilidad de un repentino cambio sistémico capaz de conducirnos de un equilibrio establecido a otro profundamente distinto, aunque a veces podemos preverlo si logramos identificar un umbral significativo a partir del cual las cosas habrán de cambiar sensible e indefectiblemente. En términos personales, por ejemplo, la pubertad o el nacimiento de un nino son algunos de los umbrales de cambios sistémicos perfectamente predecibles.

No ocurre lo mismo cuando lo que atraviesa un cambio sistémico es toda una civilización. Parece sin duda más sencillo no pensar en ello, sobre todo cuando podemos alegar que el cambio aún está por verse. Una de las razones por la que muchos líderes mundiales no aeaban de responder a la crisis medioambiental es que lo más grave de los efectos previstos parece estar aún a décadas de dislancia; además, son tan insólitos que no resultan de sentido común. Después de todo, millones de personas viven en la indigencia y mueren víctimas del harnbre, la guerra y las enfermedades más previsibles; y esto ocurre en la actualidad. Estos sí son problemas urgentes que requieren atención inmediata; así pues, ¿cómo reconocer y atender al mismo tiempo un problema que parece más bien anclado en el futuro? Afortunadamente, mucha gente empieza a ver más allá y a coincidir en la necesidad de dar un enfoque distinto a la crisis medioambiental. Uno de los filósofos del movimiento ambientalista, Iván Illich, explicaba los inicios del activismo ecológico en los siguientes términos: «Lo que ha cambiado es que nuestro sentido común ha empezado a buscar un lenguaje con que referirse a la sombra que proyecta nuestro futuro».

¿Como dar con semejante lenguaje? Dos modelos científicos podrían ayudarnos a predecir lo que ocurrirá y a explicarnos dónde estamos. En primer lugar, la nueva teoría científica del cambio, la llamada Teoría del Caos, que está revolucionando nuestra manera de comprender los numerosos cambios que afectan al mundo físico. No mucho después de que la física de Newton generase una temprana revolución en nuestra concepción de la causa y el efecto, el modelo del mundo implícito en la ciencia newtoniana era incorporado ampliamente a la política, a la economía y a la sociedad en general. Hoy en día muchos piensan que serán los principios de la teoría del caos los que pasarán a condicionar las ciencias políticas y sociales.

De acuerdo con esta teoría, muchos sistemas presentan cambios operativos importantes aun cuando continúen actuando dentro de un mismo patrón general («equilibrio dinámico»). Este patrón general está definido por determinados límites críticos que no pueden cruzarse sin hacer peligrar el equilibrio del sistema. Si éste se ve forzado a cruzarlos debido a la incidencia de grandes cambios, pasa a adoptar un equilibrio totalmente distinto, basado en límites nuevos y un nuevo patrón. Bien miradas, las ideas centrales de la teoría del caos no son precisamente nuevas. Los aficionados a la música clásica, por ejemplo, reconocen en el crescendo el punto de máxima inestabilidad en una pieza, que aparece justo cuando la música fluye hacia un nuevo equilibrio resolutivo y armónico. Pronto sabremos reconocer mejor los crescendos en los asuntos humanos y comprenderemos que suelen señalar el comienzo de cambios sistémicos y caóticos de una forma de equilibrio a otra. Esta clase de crescendo parecería evidenciarse actualmente en la incesante oleada de llamadas de auxilio que llegan de los cuatro confines del mundo. La relación entre la civilización humana y el planeta se encuentra hoy en un estadio que los teóricos del cambio describen como de desequilibrio. Ya en los albores de la era nuclear advertía Einstein que «ha cambiado todo menos nuestra manera de pensar». En el despertar de la era medioambiental puede decirse lo mismo.

Nuestro reto consiste en acelerar un necesario cambio de mentalidad respecto de nuestra relación con el medio en que vivimos, a fin de conducir el patrón de nuestra civilización hacia un nuevo equilibrio antes de que el ecosistema planetario pierda el que tiene actualmente. También este cambio de mentalidad seguirá el patrón descrito en la teoría del caos, según la cual umbral, a partir del cual, transformados los conceptos clave, el sistema se ve sacudido por un alud de cambios profundos y prácticamente simultáneos.

Pero ¿cuál es el umbral que debemos atravesar para lograr cambios duraderos en nuestra relación con el medio ambiente y cómo reconocer a tiempo el nuevo patrón a fin de adaptar a él nuestra estrategia relacional ante el mundo? Quizá echando mano de otro modelo científico, la teoría de la relatividad de Einstein. A pesar de su complejidad, la teoría einsteniana puede explicarse fácilmente con un dibujo que describe la influencia que ejerce la masa sobre el tiempo y el espacio. Las masas particularmente densas, como los «agujeros negros», por ejemplo, suelen representarse como un profundo pozo alrededor del cual el tiempo y el espacio forman una red que se hunde por el centro.

A menudo, ésta es la forma que parecería presentar nuestra conciencia política, en la cual un hecho histórico de envergadura como la II Guerra Mundial actúa como una masa densa que ejerce su poderosa influencia gravitatoria sobre las ideas o acontecimientos cercanos a ella en el espacio y el tiempo. De manera muy semejante, el genocidio nazi moldea nuestra concepción de la naturaleza humana. También los acontecimientos de menor «masa» histórica ejercen su propia «atracción» sobre nuestras ideas, en especial sobre las que se refieren a cuestiones próximas y de mas parecida. Varios acontecimientos agrupados en el tiempo y el espacio pueden poseer la suficiente fuerza gravitatoria para obligarnos a buscar una tendencia o teoría que explique el modo en que su masa colectiva ha ipfluido en nuestra experiencia histórica. Por ejemplo. entre el verano y el otoño de 1989 fueron cayendo de manera independiente los distintos gobiernos comunistas de Ia Europa del este; sin embargo, el impacto histórico conjunto de estos hechos dispersos fue muy poderoso.

También los acontecimientos futuros pueden ejercer su influencia gravitatoria sobre nuestro pensamiento. En otras palabras, el tiempo es tan relativo en política como en física. A principios de la década de los ochenta la voluntad política que confluyó en una serie de manifestaciones masivas contra la escalada nuclear surgió de la conciencia popular de que la civilización parecía al borde de un precipicio catastrófico la guerra nuclear, tras la cual la humanidad desaparecería en un agujero negro histórico. Hoy podemos albergar la esperanza de haber cambiado lo bastante este curso para evitar la catástrofe, a pesar de que seguimos luchando contra su influencia gravitatoria. Si logramos escapar al apocalipsis nuclear será en gran medida gracias a la capacidad de reconocer un importante patrón de conducta y a haber sabido ajustar a tiempo nuestras ideas y compor tamientos.

E1 reto que nos plantea hoy en día la crisis medioambiental es muy parecido. Aunque la posibilidad de la catástrofe pertenece aún al futuro, la pendiente que nos conduce hacia ella se hace cada vez más pronunciada según pasan los años. Lo que nos espera más adelante es una carrera contra reloj. Tarde o temprano la inclinación de la pendiente y nuestro impulso nos llevarán a un punto de no retorno. Sin embargo, a medida que la curva aumenta su inclinación y la atracción de la catástrofe se hace más poderosa, crece también nuestra capacidad para reconocer el patrón de esta atracción. Las posibilidades de que reconozcamos la naturaleza de nuestra difícil situación aumentan significativamente cuanto más cerca estamos del borde de la historia, es decir, del punto desde el cual se divisa el centro mismo del agujero negro.

En todo el mundo se observan los primeros síntomas de una nueva voluntad política que se resiste a continuar rodando cuesta abajo hacia la catástrofe medioambiental. Es nuestro deber acelerar el reconocimiento generalizado del patrón que nos conduce hacia ella y organizarnos a fin de modificar nuestro rumbo actual, antes de que nuestro impulso nos haga cruzar el umbral del inevitable colapso ecológico.

Al intentar discernir entre lo incierto y lo conocido de esta crisis conviene subrayar que si algo sabemos es que la naturaleza actúa según un patrón recurrente de interdependencia entre los distintos componentes del ecosistema. De donde se deduce que si alteramos en algún punto el equilibrio ecológico global, también lo estaremos alterando en otros. En consecuencia, a pesar de lo inocuo que pueda parecer determinado comportamiento desde una perspectiva medioambiental limitada, no estamos en condiciones de predecir los efectos de este comportamiento sobre otros sectores de este ecosistema precisamente porque todos ellos coexisten en un delicado equilibrio de interdependencia Tal vez podamos ilustrar mejor el fenómeno de la interdependencia mediante lo que los científicos llaman circuitos de realimentación positiva, que potencian la fuerza con que ocurren los cambios. De hecho, dondequiera que decidamos estudiar el ecosistema observaremos la presencia de mecanismos naturales tendentes a acelerar el ritmo del cambio en cuanto se ha iniciado. Ésta es una de las razones por las que los daños ambientales implican un alto grado de irresponsabilidad. Puesto que estamos obstaculizando el funcionamiento de sistemas complejos, las reglas relativamente sencillas de la casualidad lineal no pueden explicar, y mucho menos predecir, las consecuencias de tal interferencia.

Los principios básicos que rigen los circuitos de realimentación positiva son de fácil comprensión. A todos nos resultan familiares los denominados sistemas no lineales, capaces de aumentar los efectos de simples actos repetitivos. Consideremos, por ejemplo, la ley del interés compuesto y su efecto sobre las decisiones financieras personales. Si yo retiro con mi tarjeta de crédito cierta cantidad y al mes siguiente vuelvo a retirar la misma cantidad (más una cantidad extra que me permita pagar los intereses del préstamo del mes anterior), esta pauta, de continuar indefinidamente, se alimentaría de sí misma hasta llevarme a la quiebra. E1 tiempo con que cuento antes de que mi economía toque fondo dependerá de la relación entre la cantidad de dinero que retiro mensualmente a crédito y los ingresos y gastos que tengo al mes.

La ley del interés compuesto puede asimismo aumentar positivamente una variación. Así, si yo depositase mensualmente en mi cuenta la misma cantidad más el interés generado el mes anterior, el total del dinero ahorrado aumentaría sin duda en una proporción no lineal, que crecería a un ritmo más rápido cada mes, aun cuando la cantidad básica depositada siempre fuera la misma.

También en la naturaleza se observan a menudo circuitos de realimentación pOSitiva y es preciso saber reconocerlas si queremos calcular el daño que puede surgir de un modelo dado en nuestras relaciones con el entorno mundial. Unos circuitos son muy complejos; otros, en cambio, son sencillos.

Volando por encima del bosque pluvial amazónico, me asombró comprobar lo que sucedía inmediatamente después de alejarse una tormenta: no había acabado de llover cuando ya la humedad procedente de los mismos árboles se elevaba para formar nuevas y espesas nubes que se desplazaban hacia el oeste, aportando el agua necesaria para alimentar nuevas tormentas.

Cualquier interrupción de este proceso natural podría tener un impacto Inimaginable. Cada vez que se queman grandes zonas de bosque pluvial se h a reduciendo de manera drástica la cantidad de agua de lluvia reciclada hacia zonas adyacentes. Si la zona deforestada es muy extensa, la cantidad de agua de lluvia que dejan de recibir las zonas adyacentes podría llegar a provocar un cíclo de sequías, reforzado por la muerte de nuevos árboles, y la consiguiente reducción de la capacidad local para reciclar las lluvias Todo esto no haría más que acelerar la muerte forestal. Una vez retirado el grueso manto de hojas, el repentino calentamiento del suelo boscoso provoca, en una especie de «quema» bioquímica, la liberación de grandes cantidades de metano y C02. El aumento masivo de troncos y ramas muertos genera un crecimiento fulminante en la población de termes, a su vez productores de enormes cantidades de metano. Como puede verse, la devas tación forestal potencia la tendencia global al calentamiento de diversas maneras, sencillas unas, complejas otras, pero pocas son tomadas verdaderamente en cuenta cuando se decide derribar una zona boscosa.

El abuso de pesticidas constituye otro peligroso caso de realimentación. Los pesticidas suelen acabar con las plagas más vulnerables y dejar vivas las más resistentes. Luego, cuando éstas se multiplican y ocupan el nicho ecológico que sus primas han dejado libre, se tiran mayores cantidades de pesticidas y el proceso vuelve empezar. Pronto, inmensas cantidades de pesticidas inundan las cosechas para terminar con la misma cantidad de insectos que había al principio del proceso; sólo que ahora se trata de plagas más resistentes. Entre tanto, las concentraciones de insecticidas químicos a que nos exponemos son cada vez mayores.

Tanto el abuso de pesticidas como las malas técnicas de riego ilustran problemas que, aun siendo muy frecuentes, suelen tener efectos básicamente locales. Ello no impide que a veces se vean afectadas regiones enteras. La catástrofe del mar de Aral, por ejemplo, fue provocada, en gran medida, por la falta de previsión de un circuito de realimentación que multiplicó el impacto de una mala planificación del riego. De manera similar, si bien los efectos de. Ia deforestación suelen ser locales, fenómenos de realimentación como los que se observan en el Amazonas pueden llegar en casos extremos a potenciar su impacto hasta convertirlos en tragedias regionales e incluso globales. Además de éste último, existen gran cantidad de problemas a nivel mundial.

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