PROBLEMAS A NIVEL MUNDIAL.

Existen en el mundo problemas de ámbito regional que se disparan por efecto de la realimentación, llegando a amenazar seriamente la integridad del planeta. Consideremos, por ejemplo, la polémica en torno al impacto regional del calentamiento general en amplias extensiones de tundra siberiana. Hay quienes sostienen que su impacto será positivo al permitir que extensas zonas de Siberia lleguen a ser aptas para el cultivo. Desde luego, basándonos en un modelo lineal, según el cual a cada causa le corresponde un único efecto, esta eventualidad podría resultar ciertamente beneficiosa Se puede ir aún más lejos y contraponer este supuesto beneficio a las posibles consecuencias indeseadas de un calentamiento general. Son especulaciones como ésta las que animan a los escépticos más recalcitrantes a concluir que, de hecho, el calentamiento incluso podría favorecernos.

No obstante, los riesgos se multiplican cuando observamos más de cerca los efectos no lineales del deshielo de la tundra. De ocurrir, este fenómeno provocaría la liberación de enormes cantidades de metano en la atmósfera. Ultimamente parece haber disminuido el índice de crecimiento del metano atmosférico. Pero como cada molécula de metano es veinte veces más efectiva en tanto que gas invernadero que las moléculas de C02, la liberación de lás cantidades de metano a causa de la descongelación de la tundra provocaría un significativo aumento de la concentración total de gases de tipo invernadero y, por lo tanto, una aceleración del calentamiento general. El ciclo se reforzaría a sí mismo: a mayor temperatura, más tundra descongelada y, por consiguiente, mayor liberación de metano. (No estará de más señalar que, a causa de la concentración de hielo bajo las capas superiores de la tundra, ésta es muy poco aprovechable para el cultivo, incluso después del deshielo)

Por desgracia, no se trata de un fenómeno puramente hipotético. Siberia es una de las regiones del mundo en que la temperatura aumenta más rápidamente No debe sorprendernos, pues todos los modelos basados en la realimentación positiva lo habían predicho: a medida que se derrite la nieve, aumenta la absorción superficial de calor solar. Sin embargo, este ritmo ha alcanzado en períodos recientes un crecimiento espectacular. En marzo de 1990, por ejemplo, la temperatura media de toda Siberia rondó asombrosamente los -8° C, más que en ningún otro mes de marzo anterior.

También en el resto del mundo 1990 fue, sin duda, el último «año más cálido» de cuantos se han registrado. Existen asimismo otros fenómenos de realimentación cuyo peligro estratégico resulta evidente. Observemos, por ejemplo, de qué manera se potencian entre sí las dos crisis más conocidas, el calentamiento general y el agujero de ozono, en un complejo circuito de realimentación positiva. E1 calentamiento aumenta la concentración atmosférica de vapor de agua y retiene en las capas inferiores del cielo la radiación infrarroja que, de no ser por esto, habría vuelto al espacio cruzando la estratosfera. En consecuencia, la estratosfera se enfría y se calientan las capas bajas de la atmósfera. Una estratosfera más fresca, con mayor concentración de vapor de agua, redunda necesariamente en un aumento de los cristales de hielo en la capa de ozono, sobre todo en las regiones polares, donde los clorofluorocarbonos (CFC) se mezclan con el ozono cuando hay hielo, incrementando así el ritmo de crecimiento del agujero. Cuanto más delgada sea la capa de ozono, mayor será la radiación ultravioleta que reciban la superficie terrestre y los organismos que la pueblan. La radiación ultravioleta incide sobre los vegetales encargados de absorber grandes cantidades de CO2 por fotosíntesis, mermando considerablemente esta propiedad. Así pues, cuanto menos CO2 absorban las plantas, mayor será su concentración atmosférica, lo que a su vez potenciará el calentamiento general (y el enfriamiento de la estrat°Sfera). E1 ciclo se potencia y multiplica. Se alimenta de sí mismo.

Algunos de los más peligrosos y potentes circuitos de realimentación relacionados con los mares son todavía objeto de una intensa investigación científica. Se tienen, por ejemplo, evidencias de que, al calentarse, los océaos pierden su capacidad habitual de absorber CO2. Esta posibilidad resulta especialmente inquietante si se piensa que la cantidad de CO2 que hay en mares es cincuenta veces superior a la de la atmósfera. De modo que si dejase de absorberse sólo el 2% se duplicaría su presencia en la atmósfera y, en consecuencia, los mares se calentarían aún más. Por si fuera poco, el calentamiento de las aguas del océano Artico produciría una incorporación atmosférica de metano similar a la del deshielo de la tundra.

Fenómenos así suelen verse reforzados por la actividad humana. Cuando entra en escena la economía, el medio ambiente puede resultar amenazado por otra clase de circuitos de realimentación, tan complejos y potentes como los que existen en la naturaleza. Por ejemplo, los países pobres y sub desarrollados piden cuantiosos créditos a los bancos de los países ricos. Para pagar los intereses en la divisa del país librador, tienen que vender algo valioso al mercado exportador. Con frecuencia se trata de la conver sión de inmensas extensiones de tierras dedicadas a abastecer el consumo local en plantaciones dirigidas al monocultivo para la exportación. Si la tierra deja de producir para el consumo interior, la oferta se reduce y aumentan los precios, lo que redunda en un mayor empobrecimiento de la población. Si se controlan los precios de los productos alimenticios, el gobierno aumenta las ayudas sociales y se empobrece a su vez. Paralelamente, el aumento de la oferta de productos de fácil salida procedentes de los países en vías de desarrollo provoca una reducción de los precios y, por consiguiente, de los beneficios que dichos países habrían podido obtener de la exportación. El dinero de estos productos suele ir a parar a unos cuantos terratenientes (y de algunos funcionarios corruptos) que, en lugar de reinvertirlo en la economía local, lo depositan en los grandes bancos extranjeros que originalmente libraron los créditos. A medida que la deuda se intensifica, el país tiene que pedir más dinero prestado para pagar los intereses y se ve obligado a convertir más tierra en campos de monocultivos de fácil salida. Y así sucesivamente, aunque nadie espera que la deuda se salde jamás.

En 1985, la cantidad de divisas que fluía desde los países en vías de desarrollo hacia el mundo desarrollado superaba con creces a la que fluía en sentido opuesto, ya fuera en forma de préstamos, ayuda externa o pagos por exportaciones. Desde entonces, a causa de este complejo circuito de realimentación, la diferencia ha ido aumentando año tras año. Por citar las memorables palabras de Robert McNamara, es «como si los enfermos donaran sangre a los sanos».

En todos estos circuitos de realimentación, la clave de la salud medioambiental está en el factor humano. Necesitamos generar un circuito de realimentación positiva que se nutra de sí mismo de manera beneficiosa y que acelere el ritmo de los cambios positivos que tanto nos urge acometer. Ello no sucederá mientras no adoptemos una perspectiva nueva, global y de largo alcance, y dejemos de evadirnos del problema. Y cuando sepamos dar crédito a toda la información que manejamos a este respecto, podremos reconocer por fin el nuevo e inédito, patrón del cambio sistémico.

Ciertamente, cuanto más reciente es un patrón, más difícil resulta reconocerlo, sobre todo si éste es de gran envergadura. Desde luego, no resulta sencillo situar en una perspectiva histórica un acontecimiento sin parangón en nuestra experiencia previa. De hecho, para algunos escépticos es precisamente en esta carencia de referentes históricos donde se asienta la prueba de que no hay tal risis medioambiental. No obstante, los referentes existen. Quizá requieran cierta extrapolación, pero pueden rastrearse perfectamentc en la historia de las comunidades humanas y en cómo reaccionaron en el pasado a la manifestación de cambios climáticos mucho menos acusados de los que actualmente se ciernen sobre nosotros.

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