Durante el siglo XX el control de la comunicación, del transporte, del comercio de las inversiones y de las enfermedades contagiosas se ha "globalizado". Y estos desarrollos, sobre todo económicos y técnicos, se han visto afectados de varias maneras por los avances de la ciencia. Estos progresos globalizadores también han tenido grandes impactos sobre las opciones de los gobiernos nacionales. El crecimiento de bancos internacionales, de sociedades multinacionales, de sistemas globales de comunicación, de programas globales y regionales de investigación científica, de líneas aéreas internacionales y de esfuerzos de ayuda internacional ha creado una red tecno-económica de empresa humana capaz de extenderse por todas las partes de los mundos naturales y políticos y de someter el planeta a la influencia de un orden mundial tecno-científico-económico (Brezezinski, 1970).
La expansión global de este sistema antropogénico o tecnosfera tiene una relación directa con los cambios en la listosfera y la biosfera que están haciendo que las gentes y sus gobiernos integren un paradigma «un mundo» con «una Tierra». La expansión de la tecnología basada en la ciencia al servicio de objetivos económicos ha impulsado de forma no intencionada esta transición. Desde 1950, una revolución en la química aplicada ha inundado literalmente el mundo de componentes artificiales muchos beneficiosos, también algunos nocivos para la vida. El pesticida DDT se ha exportado de los países industriales a todo el mundo y ha entrado en las cadenas alimentarias y en los ecosistemas en todas partes, incluso en la lejana Antártida. Los aerosoles clorofluorocarbonados que se liberan en la atmósfera en todos los países industrializados parecen ser los principales agentes causantes de la desintegración de la capa de ozono que protege la Tierra. Estos acontecimientos han estimulado el aumento de una conciencia a nivel mundial que rebasa los límites políticos.
La gente está empezando a entender las relaciones entre el orden tecnocientífico-económico a nivel mundial y la aparición de problemas medioambientales transnacionales. Las demandas desmesuradas de alimento, fibra, madera y espacio de las poblaciones humanas en expansión han conducido a la destrucción rápida y masiva de los bosques tropicales y subtropicales. Las demandas de energía de un mundo industrializado muy poblado han sido la causa indirecta de los vertidos de petróleo en las aguas costeras, del aumento de anhídrido carbónico y de gases en la atmósfera, de la nieve y la lluvia ácidas y de la lluvia radiactiva, como la producida tras el accidente en una planta nuclear en Chernobyl, Rusia, en 1986.
La adopción de una perspectiva planetaria ha permitido a los
seres humanos ver el mundo dentro del contexto de toda la Tierra.
Desde este punto de vista general, las suposiciones tradicionales
se cambian, las prioridades se reajustan y las dimensiones del
espacio y del tiempo se perciben de manera distinta.
Por ejemplo, la destrucción de las selvas del Amazonas ya no se
puede ver como asunto exclusivo de los países en los que se
produce; sus efectos se sienten en todo el mundo. También se
derivan consecuencias ramificadas: a) del fracaso de los
gobiernos para imponer regulaciones de contención a las
industrias químicas, atómicas y petrolíferas, b) de la
construcción masiva de sistemas hidroeléctricos y de riego en
los ríos internacionales, c) de la exportación legalizada de
materias peligrosas (especialmente de las prohibidas en el país
exportador), y d) del consumo excesivo y despilfarrador de
fuentes de energía contaminantes y no renovables. A los líderes
políticos nacionales les resulta incluso mucho más difícil
eludir la responsabilidad internacional declarando que sus
países tienen un derecho soberano para gestionar sus economías
nacionales a su gusto y que sus políticas no son asunto de nadie
más que de ellos.
Antes, tales actitudes eran casi universales entre los gobiernos nacionales. La obligación legal internacional de impedir el uso de un territorio nacional para acciones dañinas para su vecino estaba mal definida y pocas veces se recurría a ella. Por eso la permeabilidad de las fronteras nacionales a los invisibles agentes de la enfermedad nunca se ha remediado con declaraciones de soberanía nacional. El cierre de fronteras y las cuarentenas ofrecen una protección limitada contra los invasores patógenos, pero requieren una vigilancia costosa; no impedían la entrada de microorganismos desconocidos y no detectados, como los virus que destruyeron los olmos autóctonos de América del Norte y los viñedos del sur de Europa.
A medida que ha aumentado el volumen y la velocidad del
comercio y del transporte, también lo ha hecho la vulnerabilidad
de las naciones a los intrusos patógenos. Para proteger la salud
pública y los intereses económicos nacionales de la
agricultura, la horticultura y la silvicultura, se han creado
sistemas de cooperación y control internacionales. Por ejemplo,
en Roma, en 1951, se firmó una Convención Internacional sobre
Plantas. Por consiguiente, en 1956 se negociaron acuerdos para la
protección de plantas del sudeste de Asia y de la región del
Pacífico, y se crearon comisiones para la protección de las
plantas en el Cercano Oriente y en las regiones del Caribe. En
1959 las naciones del Pacto de Varsovia firmaron su propio
acuerdo de Cooperación en la Cuarentena de las Plantas y su
Protección contra Insectos y Enfermedades. Tales medidas
intentaban proteger los intereses humanos de los peligros que se
originan en el medio ambiente. Pero el agente transmisor del
peligro era normalmente humano y la movilidad global de personas
y productos iba acompañada de riesgo de infección por
microorganismos portados por el hombre. Las medidas de
declaración internacional, de cuarentena y certificación de
higiene o de no portar el virus de la enfermedad nunca han
proporcionado medidas plenamente fiables de protección. La forma
más segura de protección consiste en eliminar el peligro donde
se origina y, para que esto ocurra, hace falta algo más que
confianza en la cooperación internacional voluntaria. A través
del sistema de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la
Salud y la Organización para la Alimentación y la Agricultura
han desarrollado redes de organizaciones y de instituciones
internacionales para facilitar, coordinar e incluso administrar
programas de investigación, así como de vigilancia para
proteger la salud de los humanos, de sus animales domésticos y
de sus plantas. Juntas, las naciones hacen lo que ninguna podría
llevar a cabo por su cuenta. Por tanto, una confrontación con
las realidades a nivel de todo el planeta conduce no sólo a
proteger la biosfera del hombre; también hace que las naciones
colaboren para proteger al hombre de los peligros latentes en la
biosfera y que establezcan acuerdos transnacionales para este
propósito.
Tanto el comercio marítimo como el aéreo requerían, para su
propia seguridad y formalidad, un conocimiento fiable de las
condiciones esperadas en los océanos, en la atmósfera y en el
entorno electromagnético de la litosfera. Este conocimiento
precisa de una investigación geofísica de ámbito planetario.
Las corrientes circulatorias de los océanos y de la atmósfera
la dinámica del viento y de las olas, los cambios del tiempo y
las variabilidades del clima afectan a un amplio espectro de
actividades humanas. Los terremotos y las perturbaciones
electromagnéticas son menos predecibles, pero el conocimiento de
su probabilidad y de sus efectos permite a los humanos tomar de
forma anticipada medidas protectoras. Con vistas a contar con el
entorno geofísico, el contexto es en el fondo de ámbito
planetario. Unas medidas sensibles deben tener en cuenta las
circunstancias transnacionales o internacionales, incluso cuando
se puedan localizar los efectos directos de los terremotos, de
las tormentas o de otras fuerzas violentas de la naturaleza
(Maybury, 1968).
En los esfuerzos por entender los fenómenos geofísicos, por encima de los agentes, están los miembros y los comités del Consejo Internacional de Organizaciones Científicas, de la Organización Meteorológica Mundial, varias divisiones de la UNESCO y el Programa sobre Medio Ambiente de Naciones Unidas. A niveles nacionales, las organizaciones científicas son elementos importantes en las redes de investigación científica internacional que abarcan la Tierra. Los satélites de vigilancia en órbita, colectivos o gubernamentales, también contribuyen a estudiar los problemas a nivel mundial. Ven la Tierra entera y no como un mosaico de territorios nacionales sobre un mapa político. Una previsión del tiempo a gran distancia y más precisa necesita un sistema planetario de vigilancia y de análisis y se ha creado un sistema transnacional para este propósito en la «Vigilancia Mundial del Tiempo». En breve, el mundo tecno-científico-económico va a cambiar ciertos detalles de las fronteras nacionales, y este desarrollo es importante para la aparición de un orden mundial de protección medioambiental. Los constructores del mundo económico no tenían la intención de que sus logros indujeran, necesitaran, y al menos hicieran posible, un orden mundial del medio ambiente.
Un ejemplo de los modos en los que la integración económica internacional puede inducir a políticas medioambientales internacionales lo proporciona la Comunidad Europea, creada por el Tratado de Roma (1957) para integrar las economías de Europa a través de un mercado común. Con el fin de eliminar los obstáculos al comercio entre los estados miembros se hacia necesario armonizar sus leyes sobre el medio ambiente (Rehbinder y Stewart, 1988). Gradualmente (tras la posterior integración adoptada en Bruselas en 1965) la Comunidad empezó a perseguir objetivos sobre el medio ambiente sin referencias directas a consideraciones económicas. Pero fue la estructura creada para facilitar el comercio transnacional la que abrió la vía a la política medioambiental transnacional.
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