No debería ser dificil ver por qué el movimiento
medioambiental, sobre todo en sus formas más avanzadas, levanta
hostilidad entre la gente cuyos valores amenaza. Un movimiento
que contradice las creencias de la gente sobre cómo funciona el
mundo y cómo debería funcionar y que al mismo tiempo parece
amenazar sus intereses económicos personales invita sin duda a
la oposición. Entre los modos en que el movimiento
medioambiental es contrario al paradigma convencional dominante
están los siguientes:
a) Socava la satisfacción de la gente con las creencias y los
comportamientos tradicionales, contradiciendo la suposición de
que el mundo se hizo para el hombre y, por tanto, rechazando las
teologías tradicionales de la creación.
b) Amenaza ciertas teorías, intereses y objetivos económicos,
sobre todo los que sitúan el crecimiento material por encima de
los demás valores.
c) Expone la conveniencia a corto plazo que a menudo caracteriza
a la política y a las transacciones económicas personales.
d) Acepta, cuando es necesario, la restricción autoritaria de la
elección y la conducta individuales, sustituyendo a menudo la
política por la asignación comercial de los valores.
A finales de los años ochenta, los críticos del movimiento medioambiental eran relativamente pocos, aunque algunos fueron notables. Los escépticos eran más numerosos; unos simpatizaban con el medioambientalismo pero otros ponían en duda su sinceridad (Tucker, 1982), o su prioridad entre los valores sociales humanos (Neuhaus, 1971). Estos adversarios tienden a agruparse en dos categorías: filosófica y materialista.
Las objeciones filosóficas al movimiento de defensa del medio ambiente son expresadas por los libertarios del llaissez-faire y por algunos economistas políticos que ven en los objetivos y en las estrategias del «medioambientalismo» la imposición de una serie de valores concretos en la sociedad. Los libertarios no sólo se oponen a la interferencia gubernamental con las libres elecciones de la gente sobre el uso de la propiedad y del entorno, algunos se oponen al papel pasivo del gobierno en el mantenimiento de los parques nacionales, de las zonas desiertas y de los santuarios de la fauna que, según ellos, son subvenciones involuntarias de toda la sociedad para valores particulares supuestamente disfrutados por una relativa minoría de la población.
En el lado opuesto al espectro filosófico se hallan los críticos que ven en el «medioambientalismo» una competición para conseguir fondos y atención que, según ellos, deberían ser asignados a causas de justicia y bienestar social, a servicios de sanidad pública, a centros infantiles y a educación para los culturalmente desaventajados, entre toda la letanía de reformas liberales. Los libertarios ven el socialismo en el programa «medioambientalista», mientras que los demás liberales a menudo lo encuentran elitistas, al servicio de los intereses de la clase media-alta a costa de la gente trabajadora. Ni los liberales ni los libertarios se privan de tomar prestadas objeciones de la lista de críticas de los otros.
La actitud filosófica más extendida y más influyente que rechaza o no tiene en cuenta las perspectivas sobre el medio ambiente es el «economismo», una creencia en la primacía de las fuerzas y de los valores económicos en los asuntos humanos. El economismo es sin duda uno de los elementos más importantes y penetrantes de la base de la sociedad y del gobierno modernos. La racionalidad económica postula una teoría del comportamiento humano que le debe poco a la ciencia y mucho a una lógica deductiva que interpreta los acontecimientos sobre una base de suposiciones filosóficas relativas a la motivación y a la racionalidad humanas.
El economismo es una suposición filosófica predominante, tanto en el capitalismo como en el socialismo marxista. Sus premisas sirven de base de una amplia gama de políticas nacionales e internacionales y el que muchas de ellas no produzcan los resultados deseados no ha disminuido de forma apreciable la fe de la gente en su veracidad. Es importante distinguir las capacidades analíticas de los economistas, esenciales para sondear el desarrollo de la política y demasiadas veces infra-utilizadas o distorsionadas en política, desde las opiniones establecidas de los economistas políticos. Las normas de los economistas funcionan a veces, pero también lo hacen las panaceas de los hechiceros en cuyas sociedades primitivas se conservaba del mismo modo una fe ciega. No todos los economistas aprueban las suposiciones economicistas; algunos mantienen que una teoría económica válida debería ser consecuente con las realidades ecológicas y sociológicas en la medida en que éstas ofrecen explicaciones fiables demostrables del comportamiento humano (Daly, 1977; Boulding, 1981; Rhoades, 1985).
El error del economismo no yace en la economía como campo de estudio; más bien en la injustificable confianza llevada hasta la arrogancia por algunos economistas, pero quizá más a menudo por personas económicamente ingenuas. Inyectar racionalidad ecológica en el análisis económico es un objetivo del movimiento sobre el medio ambiente que parece estar teniendo algo de éxito. Por ejemplo, ha habido un esfuerzo de las organizaciones medioambientales para introducir el genuino análisis ecológico en las políticas de inversión del Banco Mundial. Pero el pensamiento economista, aunque sometido a reto, está bien atrincherado en la cultura de la sociedad industrial moderna.
Meramente filosófica en cuanto al concepto, está la inclinación de algunas personas de atacar al movimiento medioambiental y sus objetivos con el mismo entusiasmo de los niños rebeldes que están ansiosos por arrojar un ladrillo contra el cristal de una ventana. Esta reacción no es una crítica en ningún sentido racional (aunque frecuentemente se ha reivindicado como tal) y puede que tenga sus raíces en algunas causas en las que los valores referentes al medio ambiente son vistos como competitivos. Las polémicas anti-medioambientales también puede que estén fomentadas por las expectativas de audiencias que pagan bien: por ejemplo, en convenciones de asociaciones industriales y comerciales. Atacar al movimiento de defensa del medio ambiente ridiculizando supuestos absurdos ha sido una técnica popular que combina el humor con la indignación moral, con la invectiva. En los Estados Unidos, libros como Fantasias ecológicas... La caída de las sand¿as de Cy Adler (1973) y «El grupo del desastre» de Grayson y Shepards (1973) impresionaron de forma sensible a periodistas y hombres de negocios desconcertados por el agresivo ataque de los defensores del medio ambiente. En el Reino Unido el libro de John Maddox El sindrome del dia del Juicio Final (1972) ofrecía una refutación más decorosa de las exageraciones de los medioambientalistas.
Las objeciones materialistas al movimiento de los defensores del medio ambiente son menos complicadas y más obvias. Dinero, poder y misión son los motivos que hacen que los vendedores de tierras y los especuladores, los intereses de la minería, madereros y de la agricultura industrial, los fabricantes y los promotores de obras públicas condenen el "medioambientalismo" y lo consideren una conspiración contra el progreso humano. Sin embargo. no todos los representantes de estos intereses son hostiles a todos los aspectos del movimiento de defensa del medio ambiente. Muchas sociedades comerciales han ayudado a conseguir importantes logros en la protección del medio ambiente.
Las críticas de los intereses materiales contra el movimiento de los defensores del medio ambiente tienden a dirigirse hacia políticas o medidas que inciden directamente sobre sus operaciones o sobre sus beneficios más que hacia dicho movimiento. Sin embargo, algunas actividades económicas están en conflicto permanente con el "medioambientalismo". El transporte, la urbanización, la agricultura industrial, la silvicultura económica y la producción y distribución de energía son actividades en conflicto con los objetivos de los defensores del medio ambiente. Estas actividades ocupan sectores de la economía que los amplios objetivos del movimiento medioambiental cambiarían de forma sustancial (Lovins, 1975).
Los líderes de los sindicatos obreros son adversarios menos firmes del "medioambientalismo". La alegación de que la clase trabajadora rechaza las prioridades del medio ambiente se basa en una falta de información con respecto a la diversidad de actitudes en el seno de ésta y en una interpretación distorsionada del movimiento sobre el medio ambiente que lo identifica casi totalmente implicado en la estética medioambiental. Entre los trabajadores, así como entre los empresarios, se puede encontrar una gran diversidad de opiniones respecto a las prioridades sobre el medio ambiente.
Los empresarios industriales a veces han amenazado con la pérdida de empleo para obtener el apoyo de los trabajadores contra los controles sobre el medio ambiente impuestos por el gobierno. La efectividad de esta táctica resulta ser discutible, sobre todo cuando el análisis de las supuestas cargas de los controles medioambientales les demuestra que son falsas o muy exageradas. Muchos sindicatos han llevado a cabo campañas políticas y educativas en favor de la sanidad y de la seguridad en el puesto de trabajo. Algunos han extendido su preocupación a comunidades de trabajadores y han incluido en sus agendas políticas temas como seguridad en la vivienda, aire limpio y creación de parques y de zonas de esparcimiento al aire libre.
Un signo de los tiempos cambiantes es que los humos de las chimeneas de las fábricas ya no son símbolo aceptables de prosperidad. En los países industrialmente avanzados las consideraciones sobre calidad de vida han penetrado en el carácter de la clase obrera. Las condiciones peligrosas o degradadas en el entorno ya no se aceptan tácitamente como "el precio del progreso". Los granjeros expuestos a pesticidas tóxicos y los trabajadores industriales puestos en peligro por una larga lista de productos cancirógenos han recurrido a la legislación y al litigio ante los tribunales para obtener ayudas y compensaciones. En estos esfuerzos a menudo se les han unido grupos de defensores del medio ambiente y a través de estas asociaciones se han abierto a las perspectivas del movimiento medioambiental.
Como se indicó en el Capítulo 1, el movimiento de defensa del medio ambiente es, para algunos científicos, un blanco de criticas y de condescendencia. Se debería distinguir entre los prejuicios idiosincráticos, a menudo basados en un concepto erróneo, y la crítica justa de las creencias y propuestas erróneas que se encuentran en el "medioambientalismo", así como en todos los movimientos sociales. En general, la crítica de los científicos hacia el movimiento de defensa del medio ambiente es constructiva, incluso comprensiva. Aunque hay muchos aspectos del paradigma medioambiental que no son científicos, la ciencia sigue siendo el elemento más sólido y durable de su base intelectual.
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