UNA PARADOJA POLITICA

En el mundo actual encontramos un amplio espectro de acuerdo-desacuerdo sobre la incidencia, la importancia, la urgencia y las implicaciones de una crisis sobre el medio ambiente. Para los estudiosos de la elección política, el interés en este espectro se centra sobre los cambios que muestra en el movimiento y en la dirección de las creencias y de los valores pupulares sobre el entorno. Aunque aún hay mucho que aprender sobre las actitudes populares frente a las relaciones medioambientales, los principales analistas de opinión (Morrison & Dunlap, 1986; Milbrath, 1984; Mitchell, 1984) están de acuerdo en considerar las tendencias. Desde mediados de los años sesenta hay pruebas firmes de la preocupación social para la calidad del entorno y una voluntad de que se regule en favor de la calidad, la sanidad y la seguridad del medio ambiente. En competición con otros temas públicos, esta actitud se ha mantenido de forma relativamente constante por toda América del Norte y Europa Occidental. Las cambiantes prioridades del gobierno en el poder parecen haber tenido poco efecto sobre la opinión pública. Al comparar las preferencias públicas aparentes con las políticas de gobiernos concretos, aparecen las preguntas.

Si la calidad medioambiental se valora tanto como parecen indicar las encuestas en Gran Bretaña, Alemania, Francia, Países Bajos, Canadá y los Estados Unidos, ¿por qué no ha sido un tema para elegir o derrotar a los candidatos a cargos públicos? En Europa, sobre todo en Alemania Occidental, los partidos verdes son la excepción, ya que sus candidatos elegidos lo son por temas relacionados con el medio ambiente. Los temas medioambientales compiten con más fuerza en las elecciones municipales en Europa y en América del Norte, sin duda porque los problemas sobre medio ambiente se presentan más directamente a niveles locales.

En los Estados Unidos, Ronald Reagan fue elegido dos veces para presidencia a pesar de que su actitud negativa hacia el movimiento medioambiental era bien conocida. Las entrevistas a la salida de los colegios electorales indicaron que un gran número de gente que le votó no aprobaba su política sobre el medio ambiente. Las objeciones a las declaraciones medioambientales de Reagan iban a menudo dirigidas a que no reforzaba y extendía las medidas de protección y a las políticas que se consideraban destructivas (Dunlap, 1987).

En las elecciones federales de 1988, en Canadá y en los Estados Unidos «el cntorno» emergió por fin como tema importante. En las elecciones al parlamento de 1989, los gobiernos de los Países Bajos y de Noruega cayeron, en parte, como consecuencia del descontento popular con la respuesta oficial a las preocupaciones sobre el medio ambiente. Aunque parezca irónico, el jefe del derrotado gobierno noruego presidió la Comisión sobre Desarrollo y Medio Ambiente de Naciones Unidas. Cualquier explicación simple de una aparente discrepancia entre los valores y las creencias sobre el medio ambiente predominantes en la sociedad y los que mantienen los funcionarios públicos es engañosa.

La variable principal de las actitudes públicas sobre los temas medioambientales parece ser un rasgo sobresaliente: la relativa importancia de un problema en un momento concreto. Habría que hacer aquí algunas distinciones entre los valores sociales básicos duraderos, entre los que ya se encuentra el medio ambiente, y los problemas de preocupación personal inmediata. Los problemas económicos que afectan directamente a la vida de las personas tienen una importancia evidente cuando producen ansiedades personales. Allí donde el espíritu del nacionalismo domina, los asuntos exteriores pueden llegar a ser de extrema importancia.

Hasta hace pocos anos, las preocupaciones medioambientales tendían a ser localizadas y a ser problemas de política local más que de política nacional. Sin embargo, los temas sobre el medio ambiente amplios han ganado importancia, cuando la necesidad de medidas protectoras coincide con los intereses económicos regionales. Ejemplos de ello son la gran prioridad dada al problema de la deposición ácida en Canadá y en Suecia y a los vertidos de petróleo cerca de la costa en Francia y en California. Sin embargo, los temas medioambientales se extendieron cuando el conocimiento público vio inminentes los riesgos planetarios debido a la disminución de la capa de ozono, al efecto invernadero atmosférico o a la lluvia radiactiva.

En casi todas partes, los políticos elegidos han tenido dificultades para aprender a responder a las demandas más agresivas de los defensores del medio ambiente. Tres variables que influyen en la sensibilidad de los políticos son:
1. El precio de la elección al cargo.
2. La eficacia de la presión organizada que ejercen los intereses particulares.
3. Los límites de elección que tiene el funcionario público o el legislador dentro del contexto institucional en el que se desarrollan los asuntos públicos.

En la mayoría de las sociedades democráticas la elección a un cargo público necesita publicidad; los candidatos desconocidos no salen casi nunca elegidos. La publicidad, sobre todo en una época de gran desarrollo tecnológico de la información, cuesta dinero a menudo mucho dinero, y el altruismo es rara vez un motivo de contribución a los fondos de las campañas políticas. El dinero no necesita comprar directamente puestos legislativos o votos para tener algún efecto sobre los temas que un legislador inicie o apoye. Los factores económicos tienen un gran peso en la mayoría de las decisiones políticas. Las organizaciones de protección medioambiental están en raras ocasiones dispuestas a apoyar las campañas políticas con contribuciones financieras directas, aunque puede que lleven a cabo su propia publicidad para ayudar a que un candidato salga elegido o sea derrotado. La Liga de Votantes de la Conservación evalúa y publica la relación de votos de los cantidatos a la reelección para los cargos públicos en los Estados Unidos.

La presión electoral no tiene por qué ser incorrecta o excesiva para influir en los políticos. Generalmente los políticos saben a quién tienen que considerar importante y a quién pueden permitirse el lujo de descuidar. Los llamados líderes de opinión pueden no representar una mayoría numérica del electorado, pero si representan a ciudadanos activos y comprometidos capaces de causar un daño político, seguramente obtendrán la atención del político.

Al menos un estudio sociológico (Miller et a/., 1970) y un testimonio de los funcionarios y de sus observadores indican que los funcionarios y los líderes, por lo menos a niveles locales, tienden a responder a las importunidades directas del electorado bien organizado e influyente. Una presión minoritaria decidida puede influir en una mayoría apática, desinformada y no centrada. Allí donde los grupos de defensa del medio ambiente han combinado una organización eficaz con la capacidad de entregar votos a veces han sido capaces de derrotar intereses económicos más fuertemente financiados. Sin embargo, con frecuencia no es la oposición la que derrota los asuntos sobre el medio ambiente; es la presión combinada de una política agresiva sobre otros problemas la que a menudo deja fuera de la prioridad del político temas medioambientales fundamentales.

Los políticos trabajan dentro de los imperativos y de las oportunidades institucionales que afectan a lo que pueden hacer. Las disposiciones legales, las perspectivas normales y numerosas relaciones interactivas influyen en sus papeles en la política medioambiental. Dos circunstancias condicionantes son los principales factores del aparente mal emparejamiento entre las prioridades del público y las de sus representantes políticos en temas de política sobre el medio ambiente.

La primera circunstancia es el carácter plural y diverso del movimiento medioambiental. Dado que el ingreso en el movimiento es voluntario, no es profesional ni está sometido a una reglamentación estricta ni a una disciplina de autoridades jerárquicas, como ocurre en las asociaciones profesionales o en los sindicatos, no presenta fácilmente un frente unido en las contiendas políticas. Las estrategicas y tácticas de los grupos medioambientales varían mucho: desde la acción directa, incluso recurriendo (en raras ocasiones) a algunas formas de violencia, a la mediación en discusiones, a diálogos con los oponentes y algunas veces a acuerdos de compromisos. Entre la diversidad de opinión sobre temas sobre el medio ambiente, ¿a qué voces deberan oír los políticos? ¿Cuáles, si hay algunas, son «las voces del pueblo»?

La segunda circunstancia, ni fácil de oír ni tangible, es el carácter transitorio acelerado de la era actual. No se puede esperar que los políticos o los defensores del medio ambiente comprendan su importancia, aunque sus efectos son visibles a lo largo de múltiples cambios. Las transicioneskF  /D\ù–V/ épocas anteriores. Las suposiciones y los valores, las ideas y las instituciones han sido incapaces de andar al mismo paso que las percepciones científicas en cuanto a las innovaciones y avances tecnológicos.

Las personas que están dentro y fuera de la política se encuentran a niveles de adaptación y comprensión distintos. Las leyes y las instituciones no se modl@  `C— ðñö ò ða insensibilidad caracterizan frecuentemente las políticas y procedimientos de los gobiernos cuyos líderes no están seguros del rumbo que toman los acontecimientos. Pero paradójicamente, las minorías políticas agresivas pueden forzar la adopción de políticas oficiales sin precedentes que deja a mucha gente descontenta con la autoridad política.


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