En la sociedad moderna, los diversos y a menudo conflictivos intereses de los grupos organizados se medían normalmente a través de los partidos políticos más que a través de la religión. De este proceso surgen las prioridades que el gobierno seguirá y la posición de los valores medioambientales en la política del momento. La mediación y el establecimiento de prioridades se llevan adelante en sistemas políticos de partido único, de dos partidos y de muchos partidos, y evidentemente de forma distinta en los estados autoritarios que en los democráticos. Pero las generalizaciones categóricas relativas a sus políticas referentes al medio ambiente están llenas de riesgo. El trabajo de la administración es realizado por burocracias cuyos miembros son relativamente permanentes y las autoridades políticas confian en ellos para llevar a cabo sus políticas. El interés de las burocracias por las prioridades del gobierno varía según las circunstancias y los sistemas politicos en los que funcionan. Cuando sus propias prerrogativas institucionales se ven implicadas, las burocracias tienden a ser conservadoras y a racionalizar sus politicas para el interés público.
Los indicadores más fiables de las políticas de los gobiernos respecto a los problemas medioambientales son: 1) cómo están organizados los gobiernos para tratarlos, y 2) cómo se asigna el dinero. La importancia real de estos criterios no es siempre aparente a primera vista; las apariencias engañan. Si un gobierno nacional tiene un departamento de medio ambiente, su puesto en la jerarquía burocrática puede indicar su categoría y su influencia Si el medio ambiente ocupa un gabinete o se encuentra a nivel de ministerio, se puede suponer que su misión es de una prioridad mayor que la de un departamento subordinado a un ministerio de agricultura desarrollo o turismo.
Pero las medidas estructurales solas pueden no indicar la categoría real de un organismo. Por ejemplo, en los Estados Unidos, el Consejo de Calidad Medioambiental se encuentra en la oficina ejecutiva del presidente por ley estatutaria, pero ha sido incapaz de ejercer la autoridad que su condición estatutaria le otorga. El presidente Ronald Reagan, no interesado por los problemas medioambientales, pero incapaz de abolir el Consejo lo ignoró durante siete años, proporcionando solamente dinero para que sobreviviera. Y por tanto, los fondos asignados a los programas relacionados con el medio ambiente también se deben tener en cuenta a la hora de valorar el alcance de los compromisos del gobierno.
Ningún campo individual de percepción puede abarcar todas las actitudes de las relaciones hombre-medio ambiente; la variabilidad psicológica de los seres humanos lo impide. Teniendo en cuenta la cantidad y las condiciones de los humanos en el mundo, es posible que la mayor parte de la humanidad no vea problemas medioambientales para ella en sentido general. Seguramente para muchas personas, el entorno es "algo dado", un ambiente asumido y sensible, por las necesidades compulsivas, a motivaciones innatas o culturales o a los peligros de las fuerzas externas. Desde esta perspectiva no hay un problema sobre el medio ambiente generalizado sólo hay problemas concretos de alimentación, refugio, sanidad y seguridad a los que los humanos deben hacer frente para sobrevivir.
Una perspectiva más sofisticada y razonada pero menos informada niega cualquier importancia grande o general a las relaciones hombre-entorno per se. La suposición de este punto de vista es la creencia de que no hay ningún problema en las relaciones medioambientales de la humanidad que la ciencia, la tecnología o la economía no puedan resolver. Desde esta perspectiva el papel de la humanidad no es el de proteger un entorno natural salvaje, sino el de domesticar la Tierra y convertir sus recursos en productividad económica. En los altos niveles de planificación económica, de empresa económica y de gobierno este punto de vista es más a menudo aceptado tácitamente que discutido.
Entre los mayores defensores de esta concepción se encuentran Wilfred Beckerman (1972) en Gran Bretaña, Julian Simon (1981) en los Estados Unidos, y planificadores económicos de la URSS. Los partidarios más moderados de esta perspectiva reconocen que surgen problemas medioambientales concretos pero que las alegaciones de causas tecno-económicas de una crisis sobre el medio ambiente son muy exageradas. En la mediación politica sobre controversias medioambientales los valores económicos tienen gran peso.
Para muchos acontecimientos o fenómenos graves, la importancia de los factores relacionados con el medio ambiente puede recibir interpretaciones muy distintas dependiendo de la perspectiva del espectador. Por ejemplo, el «hambre mundial» o la escasez se puede interpretar como muy poca comida o como demasiadas bocas. Sin embargo, también puede tener explicaciones políticas, como la interrupción de la agricultura por disturbios civiles, la negativa a conceder suministros de semillas o de alimentos. También se puede atribuir a causas naturales como la sequía o las inundaciones. Las interpretaciones políticas y periodísticas pocas veces tienen en cuenta las causas básicas. Como en muchos otros desastres, el foco de atención habitual y el objeto de la prioridad política para la negligencia de medidas preventivas consiste en aliviar la situación inmediata.
El que los desastres humanos debidos a malas cosechas, riadas, tormentas de arena, corrimientos de tierra, hundimientos de tierra, salinización, inundación de tierras, destrucción por terremotos o volcanes, entre otras catástrofes, hayan sido consecuencia de cómo la gente se haya relacionado con su entorno no son explicaciones preferidas. Se atribuye a las acciones de Dios o de la naturaleza lo que a menudo es culpa de la ignorancia humana o de la falta de previsión. Algunas catástrofes naturales no se pueden evitar, pero los seres humanos no tienen por qué situarse en zonas de posibles desastres. La ciencia puede informar a la gente de lo poco inteligente que es construir en llanuras que se inundan, sobre fallas de terremoto, o sobre terrenos inestables. Pero las consideraciones económicas, políticas, tecnológicas e incluso sentimentales pueden pesar más que la información geológica y ecológica, y la gente correrá riesgos o asumirá que la sociedad de algún modo compensará las pérdidas predecibles (Burton, Kates y White, 1978).
El contexto en el que se perciben los problemas y los acontecimientos sobre el medio ambiente tiene mucho que ver con su puesto en la escala de prioridades políticas. La interpretación de los acontecimientos en el entorno puede ser tanto un tema de intereses políticos y económicos como de hechos medioambientales per se. No todos los acontecimientos relativos al medio ambiente se pueden someter a una evaluación y expliclF explicaciones sean aceptadas como reales e importantes, pueden sumarse cada vz más a las imágenes mentales que la gente tiene de cómo funciona el mundo.
Los paradigmas rara vez surgen en la existencia de repente y desarrollados. Más bien se van uniendo pieza a pieza a medida que la comprensión dominante de los acontecimientos y de las relaciones no proporciona explicaciones satisfactorias. En algún punto de la progresión de acontecimientos y de explicaciones poco satisfactorias, toma forma una nueva configuración cognitiva. La gente ve el mundo y la Tierra de una forma distinta a como lo hacía antes. Una tesis de este libro es que el movimiento medioambiental puede ser entendido como un proceso social que conduce a la formación de una nueva configuración planetaria de percepción. Esto ocurre porque los acontecimientos en el entorno, ahora perceptibles a escala planetaria, no se pueden tratar eficazmente bajo el paradigma que ha dominado los tiempos modernos. Se ha hecho necesaria una reorientación de las expectativas. Ese replanteamiento de las perspectivas y esa revisión de las prioridades se dan en la percepción del Nivel 3. Su aparición significa una respuesta social a un reconocimiento creciente de los peligros medioambientales con los que el mundo moderno no se encuentra preparado para enfrentarse. Siendo una necesidad práctica, si se va a evitar la degradación de las condiciones sociales, parece probable que a la larga surja una respuesta reactiva. El resultado de esta reacción, si persistiera, sería una reordenación general de las prioridades tanto a nivel nacional como internacional.
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