En marzo '96, la Energy Developers Intemational reflotó un megaproyecto archivado en los '70: la represa de Paraná Medio, un lago artificial de 7.800 kilómetros cuadrados (7 veces el de Itaipú, 5 veces Yacyretá y casi 40 veces la Capital Federal) que sepul taría miles de campos bajo 15 metros de agua. "Sería una máquina de destruir", dice Jorge Cappato, miembro fundador del Foro de los 500 Laureados por Naciones Unidas. A su entender, sobran ejemplos de cómo las megarepresas destruyen más de lo que producen. Itaipú, en Brasil, cerca de nuestra frontera, inundó para siempre las cataratas más caudalosas del mundo, los Saltos del Guayrá. Hace poco, biólogos de Itaipú vinieron a buscar crías de surubí, una de las especies que allí se han extin guido. El control de inundaciones es otra promesa no cumplida: cuando las represas se llenan durante una gran crecida, dejan pasar el agua. Después que se llenó Itaipú en 1982, el Paraná registró dos crecientes desvastadoras, en 1983 y 1992. Y ni Salto Grande ni Itaipú mejoraron el turismo. A quién le interesa un monótono, falso lago donde casi no hay pesca? De la ciudad de Guayrá emigraron más de 30.000 personas: con las cataratas tapadas por el agua de Itaipú, poco quedaba por hacer. "En caso de construirse Paraná Medio, la historia volverá a repetirse", dice Cappato.
El contundente NO del puebo misionero a Carpus (primer plebicito que se realiza en el país sobre el tema)servirá de antecedente, ya que sobre la misma cuenca están proyectadas Garabí, Roncador vs San Pedro.
Un caso de impacto diferente al de las represas es el de la construcción de gasoductos. En plena obra está el que unirá Mendoza con Chile a lo largo de 464 kilómetros (desde Mora, cruzando la cordillera por el Cajón del Maipo, a casi 3.800 meíros de altura, para llegar a Santiago), a un costo de unos 300 millones de dólares. Según Gas Andes, una sociedad de empresas canadienses, argentinas y chilenas, ya en agosto del '97 abastecerá de gas natural a la capital chilena. Sus vo ceros aseguran que el tubo, enterrado a 80 centímetros, se construyó "según las normas de seguridad de Argentina", y que un equipo interdisciplinario estudió antes el impacto ambiental. Sin embargo, ecologistas mendocinos, y políticos y ciudadanos del Departamento de San Carlos, protestan contra ese gasoducto que afecta a la reserva provincial Laguna del Diamante, dicen. Jenifer Ibara de Corea, presidenta de la Fundación Cullunche para la Protección del Medio Ambiente, la Flora y la Fauna, asegura que al construir el gasoducto no se cumplió con la Ley 6045 de Areas Protegidas, que dice que es obligación solicitar al Instituto Argentino de Zonas Aridas (IADIZA) la evaluación de impacto ambiental. Wolfgang Volkheimer, director del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), opina que "el trabajo en la Laguna del Diamante puede traer consecuencias graves, costos altos y la degradación del área protegida". Y el proyecto de construir el Gasoducto Trasandino (1.200 kilómetros de cañerías entre Neuquén y Santiago) ha puesto en pie de alerta a los chilenos, ya que atravesaría la Reserva Nacional Ñuble, donde quedan apenas 60 huemules.
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