SISTEMAS PASIVOS.

Los sistemas pasivos de captación de esta energía vienen referidos normalmente a viviendas unifamiliares que es donde tienen su mayor aplicación, pero teóricamente son extensibles a cualquier inmueble o recinto expuesto a las radiaciones solares en cuyo interior se desee contar con una determinada temperatura.
Estos dispositivos se basan en la utilización intencional de los elementos arquitectónicos e infraestructurales de una edificación para la mejor captación, almacenamiento y distribución de las radiaciones solares teniendo en cuenta las variaciones estacionales y las oscilaciones térmicas diarias.
Estos sistemas se distinguen de los activos, lo que no siempre es fácil, ya que frecuentemente se combinan, en cuanto que no incorporan elementos mecánicos, motrices o circuitos conductores cerrados. Suponen un aislamiento térmico eficaz, lo que los conecta también con las soluciones globales de ahorro energético, si bien lo que aquí en principio se pretende evitar son las pérdidas de temperatura sin prejuzgar el origen de la energía que se intenta preservar.

Los sistemas pasivos se corresponden aproximadamente con la denominada arquitectura bioclimática , aunque esta última expresión tiene otras connotaciones más ambiciosas en cuanto que intenta obtener un medio habitable, térmicamente confortable, mediante la adaptación de la construcción a las características del entorno geográfico; en tal sentido estos sistemas se vinculan con las adaptaciones climáticas incorporadas espontáneamente por la arquitectura popular a lo largo de los tiempos.

Aunque parece que no siempre las viviendas se han adaptado a las condiciones del medio local , sí hay una cierta sensibilización histórica del hábitat al clima, que se inicia quizás con la vivienda troglodítica y que se prolonga hasta nuestros días; recordemos elementos recientes, reconducibles a este esquema, como la claraboya, los miradores acristalados y los porches.
Quizás un ejemplo sumamente significativo de este acomodamiento espontáneo de la vivienda a la meteorología sea el caserío vasco, que supera además en otro orden más ambicioso de preocupaciones a las modernas experiencias de vivienda autónoma. La edificación de orientación sur, el voladizo de entrada que protege de las radiaciones oblicuas de verano y permite el acceso de las horizontales en invierno; la parra, que en la estación calurosa filtra los rayos solares y no obstaculiza su penetración en la época fría; la chimenea alimentada con leña, el pajar en situación norte como aislante, la higuera que protege de los vientos dominantes, los gruesos muros, la indirecta incorporación del calor generado por los animales domésticos, elementos perfectamente cohonestables con las más modernas propuestas de la arquitectutra bioclimática.

Los sistemas pasivos no se agotan sin embargo en la utilización para fines energéticos de la estructura ordinaria de una edificación concebida con base a tales preocupaciones. Frecuentemente incluyen además dispositivos adoptados expresamente, como complemento de los espacios habitacionales, en cuanto elementos singulares para la captación, transferencia o acumulación de calor. Este es el caso de los techos de agua ya empleados por cierto antes de la crisis energética que puede consistir en una serie de bolsas negras o equivalentes que se conectan o se aíslan del fondo del tejado según se pretenda conseguir calor o frío, de los muros laterales de análogas características, de las masas acumuladoras situadas en los sótanos que permiten también transmitir calor a voluntad y de la incorporación de un espacio acristalado adosado a la edificación que funciona como colector-acumulador de calor en invierno y protector en verano.
Posiblemente el más conocido de estos elementos pasivos singulares, sea el denominado muro Trombe, denominado con el nombre de su descubridor y que consiste en un vidrio situado frente a un muro de la casa previamente revestido de una sustancia oscura. La regulación de las entradas y salidas de aire tanto del exterior como con las conexiones con la casa, y algunos efectos adicionales, permiten obtener temperaturas reguladas de día y de noche, en invierno y verano.
En todos estos casos, lo que es común por cierto a cualquier solución idónea para ahorros de energía residenciales, se exige un comportamiento dinámico de los agentes implicados, que deben estar sensibilizados al cambio energético y que manejan la maquinaria para vivir a lo que aludía Le Corbusier, de forma distinta al comportamiento tradicional del usuario de las fuentes de energía convencionales.

Recordemos finalmente que todas estas soluciones requieren baja densidad de ocupación habitacional y que aquí funciona también el factor costo que puede hacer prohibitivo económicamente un acomodamiento bioclimático integral, sobre todo en lo que respecta a la acumulación de energía.


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