A no ser por la destrucción de su infraestructura personal, instrumentos e instituciones a causa de la guerra, las plagas o el rechazo político, no parece probable que el desarrollo de la ciencia medioambiental se haga más lento o dé marcha atrás. Es posible que, sin tener en cuenta las preferencias económicas, ideológicas o de conducta, el aumento del entendimiento de las relaciones sobre el medio ambiente causa-efecto seguirá cambiando los supuestos predominantes relativos a cómo funciona el mundo. Se ha descrito a la ecología como una «ciencia subversiva», y en vista de su aceptación popular no sería sorprendente si se produjeran cambios inesperados en los años venideros en lo que la gente considera como razonable o tolerable. Cambios importantes en las percepciones y los valores han caracterizado períodos críticos de la historia de los seres humanos, y las circunstancias de finales del siglo xx confirman que estos tiempos son críticos.
El progreso de la ciencia ha coincidido más o menos con el avance de las políticas públicas en aquellas áreas donde el aumento del conocimiento estimula el crecimiento de la preocupación social. En el área de política medioambiental la influencia de la ciencia ha sido evidente en todos los planos políticos, tanto a nivel nacional como internacional. Pero los avances de la ciencia y la política no se corresponden todavía con el progresivo desgaste y degradación del medio ambiente que se está produciendo en casi todas partes bajo la creciente presión de los hombres, la demanda económica y las aplicaciones tecnológicas (véase Pirages, 1989). La cultura tecnoeconómica de la sociedad moderna subordina la aplicación de los descubrimientos científicos y la racionalidad ecológica a la búsqueda tenaz de los pobremente definidos e inadecuadamente considerados objetivos de crecimiento, desarrollo y seguridad militar.
Parece que estamos en una carrera entre la superpoblación y la degradación de la biosfera y el desarrollo de un nuevo y sostenible conjunto de políticas científicas validadas para las relaciones humano-medioambientales.
Si los hombres hubieran tenido la intcligencia y el propósito suficientes para alcanzar este punto de la evolución de la sociedad, se podría suponer que la especie tiene capacidad para superar los problemas creados por ella misma y para lograr un futuro sostenido de gran calidad medioambiental. Los precedentes y los prerequisitos para tal logro existen, pero también hay poderosas fuerzas contrarias.
La ciencia sola no puede salvar el medio ambiente. Es necesaria una opción política para traducir los descubrimientos de las ciencias medioam- bientales a políticas viables. La información científica, incluso en su limita- do estado actual, está lejos de ser plenamente utilizada en la sociedad contemporánea. A menos que la voluntad política y la racionalidad ecoló- gica puedan provocar la transformación necesaria para lograr un futuro sostenible de gran calidad en lo referente al medio ambiente, la ciencia puede hacer poco más que disminuir el ritmo de decadencia medioambien- tal y proyectar las consecuencias para un mundo en el que no todo es posible.
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